El que había recibido un talento, dijo: “Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo.”

Mateo 25,24-25

En lugar de usar el talento recibido, el siervo -el tercero en la parábola- lo retuvo y escondió en la tierra. Su excusa fue que lo hizo por miedo. Él no fue deshonesto ni malgastador, sin embargo, decidió enterrar su talento porque prefirió lo conocido y la seguridad en lugar de arriesgarse a hacer algo. Se sentía cómodo y confortable así como estaba. ¿Por qué arriesgar el talento poniéndolo a trabajar si para él todo estaba más o menos bien? Pero, ¿no se habrá preguntado si para las demás personas estaba todo bien?

Cuán errado estaba este siervo al creer que había recibido el talen-to de su Señor para enterrarlo. Un talento escondido no es para provecho de nadie, no puede fructificar, se vuelve inútil, se desperdicia.

Miremos a nuestro alrededor, al vecindario, la calle, la ciudad, al país. Cada persona y cada comunidad deben decidir cómo usar esa fortuna recibida de Dios. Podemos permanecer aislados, cerrados, sin participar, sin actuar, sin ocuparnos, continuar más o menos cómodos en nuestra rutina. Sin embargo, lo que nos es concedido es para ser arriesgado en función de la vida, en dirección de aquellas personas que más lo necesitan.

Jesús dice un poco más adelante: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mateo 25,40)

Señor, que pueda ser, instrumento de tu paz.

(Cancionero Sinodal Nº 297)

Pedro Kalmbach

Mateo 25,14-30

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