Y había allí una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años. Un espíritu maligno la había dejado jorobada, y no podía enderezarse para nada. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: “Mujer, ya estás libre de tu enfermedad.”

Lucas 13,11-12

Dieciocho años jorobada. Dieciocho años mirando hacia el suelo. Dieciocho años sin poder contemplar el cielo. Seguramente sentía muchos dolores físicos: de espalda, cuello y órganos internos.

Un día, cuando ella fue al templo Jesús la vio, la llamó y tocó su alma cuando le dijo: “Mujer, ya estás libre de tu enfermedad”. Palabras que tienen el poder de curar, de crear, de dar vida nuevamente.

Cuántas veces a lo largo de nuestra existencia estamos ante situaciones que nos hacen encorvar. Llevamos sobre nuestras espaldas cargas muy pesadas. Preocupaciones, tristezas, rencores, resentimientos, frustraciones, odio. Sentimientos y emociones que encorvan el espíritu, que inclinan el alma hacia el suelo y no nos permiten ver más allá del mismo. El único horizonte que podemos mirar es la superficie que está debajo de nosotros.

La mujer de la historia escuchó a Jesús, se enderezó y alabó a Dios. Sanó sus dolencias y tuvo una nueva vida.

Jesús nos ve, nos llama y pone su mano sobre nosotros ofreciéndonos una nueva vida. Nos invita a sanar todos aquellos sentimientos negativos que pesan en nuestro corazón y producen dolor. Nos invita a ver más allá del suelo que está bajo nuestras narices. Nos acompaña a mirar nuevos horizontes. Horizontes que inspiran al perdón, a la paz interior, a la esperanza, a la fe y armonía en nuestras vidas y se traducen en solidaridad, compasión, amor y servicio al prójimo.

Señor: transforma nuestras vidas con tu mirada, toca nuestros corazones para que siempre estén dispuestos a escuchar tu llamado. Abrázanos con tu amor incondicional. Amén.

Silvia Noemi Bierig

Lucas 13,10-17

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