Yo te ruego por ellos; no ruego por los que son del mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.

Juan 17,9

Jesús ora por sus discípulos sabiendo que ellos quedarán huérfanos de su maestro. Son los últimos momentos de Jesús con ellos, y deja como las últimas instrucciones.

El versículo de hoy es una oración a su Padre pidiendo por los discípulos.

En el texto se hace una distinción entre los que son los hijos de Dios, por un lado, y aquellos que son del mundo. Se entiende por estos últimos a quienes no seguían con las pautas y normativas establecidas por Dios. Es decir, que no profesaban su fe en Dios.

Sentirse hijo de Dios y parte de su pueblo conlleva a una serie de compromisos y responsabilidades. Ser cristianos e hijos de Dios es amar a Dios por sobre todas las cosas, pero también amar al prójimo como a nosotros mismos.

Estos dos mandamientos establecidos por nuestro Señor Jesucristo parecen palabras lindas y sencillas, pero en el fondo la sencillez se convierte en complicación. Es complicado porque todo el amor que Dios me tiene a mí y a usted por ser sus hijos, se tiene que traducir en nuestra relación con los demás. En mi persona se tiene que reflejar el rostro de Dios. Tengo que ser la misma persona sincera dentro y fuera del templo. Muchos cristianos no tienen tan claro esto.

Que la oración de Jesús haga su efecto también en nosotros y podamos dar testimonio de nuestro Dios. Que así sea.

Darío Dorsch

Juan 17,1-11a

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