En aquel día reuniré a mis ovejas, a las que había castigado: a las impedidas, cansadas y dispersas. Con ellas, con las que hayan quedado, haré una nación poderosa.

Miqueas 4,6-7

Miqueas, en hebreo significa “¿quién como Dios?”, era un profeta que vivía en una aldea llamada Moréset, a 45 kilómetros de Jerusalén. Campesino, sin conexiones con el templo o con la corte, nadie mejor que él para sentirse libre de denunciar y poner en evidencia los vicios de una ciudad como Jerusalén.

Afirma que el culto y los sacrificios del templo, si no se traducen en justicia social, están vacíos de sentido. Ataca a políticos y sus sobornos, a los falsos profetas que predican por dinero y hacen adivinaciones, contra los jueces, la avaricia, la acumulación de riquezas, etc. Pero a la vez, ve la esperanza de la restauración del pueblo, gracias al poder
y la misericordia de Dios, “el Señor ama la misericordia, destruirá las culpas y las arrojará al fondo del mar” (7,8).

Aquí podemos ver lo que Jesús va a predicar más adelante, un Dios misericordioso y justo. Que siempre está con el más sufrido, el pobre, el inválido y el que se aleja. Ellos son los que el Señor va a juntar nuevamente.

Creo sinceramente que ahí estamos todos, ya que todos tenemos pobreza, espiritual o económica, todos tenemos alguna invalidez y todos nos alejamos en algún momento, de Dios y del prójimo. Lo lindo es sentirse parte de ese rebaño, que vamos caminando juntos, como iglesia. Con dolores, falencias e injusticias también. Pero sin perder la esperanza.

¡No bajemos los brazos en las dificultades de nuestra vida porque Dios está!

Alberto Olivero Ham

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