Tú, que juzgas a otros, no tienes excusa, no importa quién seas, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo.

Romanos 2,1

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Escucho las noticias acerca de políticos corruptos, y rápidamente me inclino a unirme a los juicios condenatorios de quienes se conside-ran limpios. Y me olvido de cuando, agradecido, zafaba de la multa mediante un billete entregado al agente.

Con qué facilidad juzgamos a otros. Pero cuánto nos molesta que otros nos critiquen. Cuánto mal ocasiona en la relación interpersonal el hecho de que unos se sienten mejores que los demás, y que desde su pedestal destruyen al prójimo.

Y cuando juzgamos, seguramente no estamos tomando en cuenta que hay alguien que sí tiene derecho a juzgar. Actuamos solamente en la dimensión horizontal, entre mí y el prójimo. Nos olvidamos de la dimensión vertical. Procedemos como si Dios no existiera, asumiendo nosotros el lugar de Dios.

Por eso dice el apóstol que al juzgar a otros me condeno a mí mismo. Porque por encima de mi juzgar está el juicio de Dios que caerá sobre mí.

Júzganos, Padre, y al juzgar perdona, que en tu perdón hallemos libertad. Y no hay fronteras que tu amor no cruce por liberar a nuestra humanidad. (Canto y Fe Nº 207)

Dieter Kunz

Romanos 2,1-16

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