Yo, Juan, en verdad los bautizo con agua para invitarlos a que se vuelvan a Dios; pero el que viene después de mí los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco llevarle sus sandalias.                                                        

Mateo 3,11

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Al finalizar un año es habitual hacer un balance de lo vivido en los meses pasados. Recordamos situaciones y experiencias que deseamos agradecer. Pero también tropezamos con actitudes que protagonizamos y de las que nos sentimos arrepentidos. Frente a ellas nos proponemos cambiar en el nuevo año. Afortunadamente, a cada paso se nos presentan oportunidades para cambiar. No solamente ante un fin de año.

El bautismo era un rito común entre los judíos del primer y segundo siglo. Era un acto de limpieza espiritual y de esperanza.

La tarea de Juan era predicar el arrepentimiento y bautizar. El arrepentimiento genuino implicaba disposición de cambiar, tener una buena actitud hacia la vida y hacia Dios.

Juan bautizaba en el desierto de Judea, en el río Jordán.  Acudían multitudes de penitentes expectantes y ansiosos. Después de confesar los pecados, de renovarse, eran bautizados por Juan.

Jesús no tenía pecado de qué arrepentirse. Sin embargo, continuó con el cumplimiento de la voluntad del Padre y se presentó para ser bautizado por Juan.  Seguramente para dar el ejemplo que los creyentes deben seguir. Fue su ordenación y preparación para el ministerio; un símbolo de su obra de redención.

El bautismo fue un momento definitivo en la vida de Jesús. Y también lo es en la vida de la comunidad cristiana.

Cada vez que hay un bautismo en la iglesia, un clima particular envuelve a la familia del bautizado y a quienes participan de la ceremonia. Cuando un niño pequeño es bautizado y brazos adultos lo presentan a los fieles – momento de ternura colectiva – se dibujan sonrisas en los rostros de los presentes. Es voluntad de Dios que esas sonrisas sepan de la responsabilidad y compromiso de acompañar al nuevo miembro de la Iglesia.

Señor, que sea para nosotros otra oportunidad de renovación y cambio, siempre para acercarnos a Dios.

Magdalena Krienke de Lorek

Mateo 3,1-12

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