Se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?”

Juan 8,10

Una y otra vez me ponés delante de este texto, Señor. ¿Para qué? Si ya sabés que siempre tengo las manos llenas de piedras listas para volar. Y algunos que están en mi camino no han tenido la fortuna de la mujer, y han recibido un “piedrazo”.
Pero bueno, claro, vos no te rendís tan fácilmente.
Igual dejáme decirte que creo que algo estoy aprendiendo.
En este año de pandemia y clases virtuales, como siempre, tenía las piedras a mano, porque algunos de mis alumnos no daban señales, no hacían las actividades propuestas, no se conectaban.
¿Y sabés qué descubrí? Que muchos de ellos ayudaban a su familia trabajando o cuidando a sus hermanitos más pequeños. Es más, uno de los pibes, con 16 años, reemplazó a su papá que sufrió un accidente en una panadería, y como está trabajando en “negro”, si no se trabaja, no se cobra.
Y ni te cuento de los pibes con depresión, no poder tenerlos a mano para charlar, que no te atiendan el teléfono. Una sensación espantosa, de impotencia, pero por sobre todo de vergüenza conmigo mismo por el juicio fácil. Así que las piedras están guardadas, al menos por ahora.
Igual alguna me tiraron a mí también, pero estoy seguro de que Jesús la atajó.
Sólo me queda agradecerte por estar siempre cerca, por protegerme y por enseñarme, pero especialmente por la paciencia que me tenés a pesar de mis errores. Amén.

Alejandro Faber

Juan 7,53-8,11

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print