Este hombre es como un carbón encendido sacado de entre las brasas.

Zacarías 3,2

En un apuro, tropecé y me rompí el hombro. Una piedra sobresalía de la vereda más alta que las otras y me hizo caer. Pequeña causa, gran efecto.

En muchas ciudades alemanas hay piedras de tropiezo. No son los pies los que se atascan en ellos, sino los ojos. Su superficie de latón brillante hace detener el flujo habitual de pensamientos. En cada piedra está el nombre de una persona que vivió en esta parte de la calle en los años anteriores a 1945. Que fue arrestado por los nazis y llevado a un campo de concentración. Y desapareció para siempre. Muerto de hambre, exhausto, gaseado, quemado hasta las cenizas. Sólo un nombre, pero nos hace tropezar. Evita que olvidemos a las víctimas. Eran conciudadanos.

En muchos lugares, en enero de 2020 grupos de jóvenes pulieron las piedras de tropiezo hasta que brillaron, 75 años después de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, que reveló la enormidad del horror. Sólo unos pocos habían sobrevivido a la Shoá, el exterminio. Eran como leñas o carbones arrancados del fuego.

Zacarías ve en una visión qué pasará después del fuego: Una persona sucia, humillada y torturada es lavada y vestida de nuevo y gana un nuevo prestigio. Y más: El profeta cree que al final todos nos invitaremos bajo la vid y bajo la higuera. Descanso, paz, prosperidad para todos y todas también es mi visión.

Buen Dios, no queremos ser infectados por la intolerancia y el odio. No queremos encender nuevos fuegos. Fortalécenos para intervenir y contradecir cuando otros son atacados o descartados y despreciados.

Kirsten Potz

Zacarías 3,1-10

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