Me esforcé en anunciar el evangelio, no donde Cristo era ya conocido, para no edificar sobre el fundamento de otro; sino como está escrito: “aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán, y los que no han oído, entenderán.”
Romanos 15,20-21
El apóstol Pablo siente en lo profundo de su corazón, mente y alma que fue convocado para la misión en el nacimiento de la Iglesia, no para edificar sobre lo conocido, es decir sobre las bases del pueblo de Israel, su comprensión de las escrituras y su espera del Mesías, sino que fue llamado a anunciar la salvación a través de Jesucristo a aquellos que nunca habían oído de él, a los que no lo conocían, ni lo vieron, ni escucharon en persona.
Quizás deberíamos leer todas sus cartas, para comprender como fue el proceso de llevar el evangelio a distintas comunidades alejadas de Jerusalén y todo lo que la “ciudad santa” significa, y como fue el encuentro de estas “novedades” con aquellos que seguían allí, si lees el libro de Hechos verás que no fue tan simple para ambos “ideales” encontrarse.
Hoy, que vivimos en una sociedad absolutamente materialista, con serios problemas de comunicación, en la época de la pos-verdad (“las aseveraciones dejan de basarse en hechos objetivos, para apelar a las emociones, creencias o deseos del público”) nosotros como cristianos anunciemos la verdad, pues ella nos hará libres.
No permitamos que diferencias de comprensión de la realidad nos hagan perder el norte, nos confundan y alejen del camino del amor, la misericordia, el perdón, la comprensión.
Seamos “desconfiados” de todo aquello que no viene de Dios. Y anunciemos su evangelio.
¿Cuántos por dinero su conciencia venderán? ¿Cuántos corazones solitarios quedarán? ¿Cuánto amor fingido brotará del corazón? ¿Cuántas amarguras dejarán una traición? ¿Cuántas esperanzas que el en-gaño matará? ¿Cuánta gente triste su egoísmo dejará?
Narciso Weiss
Romanos 15,14-21
