Estoy seguro de que Dios, que comenzó a hacer su buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que Jesucristo regrese.

Filipenses 1,6

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Esa imagen que me devuelve el espejo cada mañana, Señor, ¿es tu propia imagen reflejada en mi rostro?

Esas manos que se abren al saludo en el tránsito cotidiano, Señor, ¿es tu propio abrazo que viene hacia mí en este día?

Esos pies que presurosos corren, Señor, ¿son las huellas que indicas caminar hacia el encuentro con el otro?

Esa mirada que se abre generosa en el discurrir diario, Señor, ¿es tu misericordia que gratifica mi vida?

Esa imagen, esas manos y pies, tu misericordia; todo en mí, Señor, es obra de lo que tú has hecho conmigo.

Obra creadora de tus manos constantes, laboriosas; obra firme del soplo fecundo y vivo de tu maravilloso espíritu.

Buena obra, maravillosa obra; obra labrada segundo a segundo, hora tras hora, obra que en Cristo será perfeccionada.

Palabra fértil desde el principio de los tiempos; habló y dijo, y todo fue hecho, vida ofrecida, vida dada.

Palabra del comienzo, abundante, productiva; palabra que es en mí, en ti, presencia de Dios mismo.

Palabra que obra y transforma, que renueva cada día, siempre; que va llevando a buen término lo prometido.

Este que soy yo, tan pequeño, imperfecto, débil; este, con sus preguntas y dudas; en su soledad, solo.

Este, al que con ternura tomas en tus brazos y le acunas; al cual levantas y desde la cruz limpias sus heridas.

A este que deambulando y a tientas insiste en el camino, ¡bendícelo, y con ternura restáuralo del todo!

Tómame cual soy, Señor, tómame; ¡condúceme a buen fin al encuentro de aquel que todo resucita!

David Juan Cirigliano

Filipenses 1,1-11

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