Si alguno dice que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en la oscuridad. El que ama a su hermano vive en la luz, y no hay nada que lo haga caer.

1 Juan 2,9-10

El juego de palabras entre luz y oscuridad es más que conocido, la luz, lo brillante, la claridad se asocian con la bondad, con cosas positivas; mientras que la oscuridad, lo oculto, se asocian con la maldad, con cosas negativas. Así lo usa el texto, pero añade dos elementos muy interesantes para que podamos pensar: el primero es la posibilidad de decir que uno está en la luz, sin realmente estarlo. Decir que uno es cristiano no es la única condición para serlo, sino que debemos transformar nuestras palabras en acciones concretas que reflejen esa luz. El segundo elemento se muestra por imposibilidad de odiar al hermano o a la hermana, el texto nos dice que es preciso amar al hermano o hermana. Esto nos muestra una vez más la importancia y la necesidad que tenemos de poder compartir nuestra fe junto a hermanos y hermanas.
El texto nos invita a olvidarnos de sentimientos egoístas, narcisistas o individualistas, nos impulsa a poder mostrar con acciones que pertenecemos a la luz. Debemos aprovechar la luz que nos es dada a través de Cristo para poder nutrirnos de ella y crecer tanto como personas como comunidades de Fe. Debemos ser como las plantas que se bañan de la luz del sol y, a través de ella, se fortalecen y se ponen al servicio de los otros regalando frutos, aromas y colores.

Caminemos a la luz de Dios, caminemos a la luz de Dios. Caminemos todos, caminemos juntos, caminemos a la luz de Dios. (Canto y Fe N° 151).

Guillermo Perrin

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