José, quien por los apóstoles era llamado Bernabé (que significa hijo de consolación)…

Hechos 4,36

El espíritu de consolación.

Sin duda, consolar es una tarea ardua y difícil. Imaginemos la siguiente escena: un bebé llora desconsoladamente. Acto seguido, sus padres le dicen que se tranquilice. ¿Y cuál sería el tercer acto de ese drama? En mi niñez, ese bebé hubiera terminado con un chupete en la boca; hoy, probablemente termine con un celular en sus manitos. ¿Es eso consolar? Todos los que hayan tratado de consolar así, pronto se habrán dado cuenta de que ese “consuelo” dura muy poco; a saber, lo que dura ser entretenido.

No obstante, sería cómico y liberador que el bebé, a quien tratan de consolar así, se rebele diciendo: “No quiero entretenimiento. Quiero que me amamantes. Sólo así seré consolado”. Pues a ese bebé seguramente le fue revelado algo que es oculto u ofensivo a nuestros ojos acostumbrados al entretenimiento. La consolación significa proximidad e intimidad y se resume en una imagen: una madre amamantando a su bebé.

Justamente así Dios decide consolar a su pueblo. Y cuando Jesús encomienda a los suyos al Paracleto, al Espíritu consolador, ellos se vuelven hijos e hijas de consolación, es decir, consolados que consuelan. 

No conozco sus nombres, queridos hermanos y hermanas, pero les aseguro que también serán llamados “Bernabés”, si tan sólo lo hacen como los bebés. ¿O acaso no se siente, ve y escucha cuando ellos maman el consuelo que tanto anhelan? ¿Y hay algo más consolador que eso? Oremos, entonces, con valentía:

Dios de toda consolación, sácianos de los pechos de tus consolaciones para que así podamos consolar con el mismo consuelo con que somos consolados.

Michael Nachtrab

Hechos 4:32-37

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print