Y si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor.

Josué 24,15

Es el versículo más conocido del libro de Josué: “Yo y mi familia serviremos al Señor.” Esta declaración de fidelidad no es pacífica, debe haber grabado estas palabras, con ira y con súplica. ¿Servirán también al Señor los que quedan? Josué teme por la fidelidad de los israelitas, de los dirigentes de las diferentes tribus. Teme por la debilidad ante la tentación y terminar en adorar a otros dioses, teme por el olvido de lo que Dios ha hecho a lo largo de los años con ese pueblo, desde la esclavitud en Egipto hasta vivir en la tierra prometida. En realidad, los más viejos desconfían de las fuerzas y de la fidelidad de los que les siguen. Esa escena la hemos vivido en nuestras congregaciones cuando escuchamos: “después de nosotros no quedará nada”.

Josué quizá desconfía de la herencia que deja, que no entusiasmará a muchos. Pero la herencia es la ley de Dios, es un tesoro…

Nosotros hoy estamos como Josué. Los jóvenes desconfían de los consejos e ideas viejas de los viejos; los viejos desconfían de la fidelidad, fuerza y compromiso de los jóvenes. En cincuenta años de vida en la iglesia no he visto a ninguna que muera cuando mueren los viejos, ningún joven reniega de sus antepasados, y, a su manera, continúan con la misión que Jesucristo nos encomienda.

Yo y mi familia serviremos al Señor; y los que me suceden también servirán al Señor. Amén.

Atilio Hunzicker

Josué 24,1-15

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