Culto de Trinidad de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata

 

Celebración correspondiente al Domingo 7 de junio (Trinidad) Coordinada por ministros y laicos del Distrito Entre Ríos – Argentina de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (IERP).

 

La alianza entre Dios y su pueblo celebrada en el Sinaí había sido rota. La causa, la desobediencia a Dios por parte del pueblo. La situación explotó en ocasión en que Moisés regresó ante el pueblo (cap. 32) después de haberse ausentado por algún tiempo, para estar en la presencia de Dios. Entonces comprobó, furioso que el pueblo se había construido un toro hecho de oro, uno de los símbolos de la divinidad de oriente, que ahora llegó a ser un flamante objeto de adoración. Moisés, lleno de ira tomo las tablas de la ley, las arrojó al suelo y estas se hicieron pedazos. Esta escena expresa dramáticamente la ruptura de la alianza entre Yahvé y su pueblo.

A partir de ese momento Moisés continúa, solitariamente intercediendo ante Dios por el pueblo y en diálogo con él encuentra a un Dios que también “cambia de opinión”. El decide “no hacer daño a su pueblo”. Algo similar encontramos al final del relato del diluvio, donde Dios promete nunca volver a enviar tal castigo a su pueblo. También con Jonás y el castigo a Nínive, Dios “revisa” su decisión tomada de castigar a su pueblo y por su infinita misericordia la cambia para volver a perdonarle y salvarlo.

Luego que Moisés logra la consideración y el perdón de Dios, comienzan los preparativos para la renovación del pacto. Así que Moisés, mandado por Dios sube nuevamente al monte llevando dos tablas idénticas a las que había destrozado antes. Entonces es Dios quien hace su descargo y afirma que a diferencia de su pueblo, el no cambia ni deja de ser el mismo Dios: tierno, compasivo, grande en amor y verdad, que se mantiene fiel, perdona la maldad, la rebeldía y el pecado… Estas palabras de algún modo anticipan lo que vendrá con Cristo Jesús.

Moisés se inclinó ante Dios hasta tocar el suelo con la frente. (Y dijo) ¡Señor! ¡Señor! Si en verdad me he ganado tu favor, acompáñanos. (Pone su propia persona en el medio y la confianza de Dios en él como razón para que Dios renueve el pacto) Y confesó: Esta gente es realmente muy terca, pero perdónanos nuestros pecados y maldad, y acéptanos como tu pueblo. Observamos que Moisés no se autoexcluye de la comunidad, perdónanos, dice porque él también ha pecado y busca el perdón de Dios. Él es parte de la comunidad y por ser su guía, responsable moral de la conducta de su pueblo, Moisés superó su furia y la decepción sufrida. Ahora confía en la posibilidad de la enmienda, el cambio de actitud y que el pueblo vuelva a creer y a caminar junto a Dios.

Es muy interesante recordar que este Moisés, que discute con Dios y lo mueve a realizar un nuevo pacto con su pueblo, es el mismo que, allá en Egipto y en sus primeros pasos de la mano de Dios, ni podía hablar en público, lo que impulsó a Dios poner a su hermano Aarón a su lado para que hablara por él. Él, que ni siquiera podía hablar, es quien ahora, después de haber caminado junto a Dios por tanto tiempo, habla ¡con Dios! y lo hace con sabiduría y seguridad, pero a la vez con profunda humildad. Además no solo enfrenta con fe la adversidad sino que la transforma en buena oportunidad de manifestar el progreso enorme que ha hecho en su vida de fe y confianza en Dios. Con Jesús se estableció un pacto nuevo y definitivo. Porque el amor de Dios (que solo ha ido en aumento) llegó a ser tan grande que envió a su propio Hijo para la salvación del mundo. El hizo esto aun cuando nuestro amor y fidelidad a él ha mermado y nuestra actitud haya perdido la marca de su presencia. Cristo se entregó por nosotros aun cuando hemos pecado tantas veces y siempre de nuevo tensamos con nuestra desobediencia la cuerda que nos une a Dios. Construimos con afán y dedicación nuestros propios objetos de idolatría moderna, que luego adoramos y tenemos como algo superior, como otros dioses, lo cual es inaceptable para él.

Participamos, además de un mundo y una cultura donde permanentemente quebramos, no ya planchas de piedra, sino nuestros más preciados valores comunitarios y sociales. Hay una enfermedad que desgraciadamente recorre el mundo y está causando muchos miles de muertos y tremendas consecuencias para la vida de las personas en todas partes. Pero para tristeza y vergüenza hay otros males que se siguen agravando en todas partes, que se lleva innumerables vidas o le despoja de su calidad y dignidad . La violencia, la intolerancia, la lucha por el poder, las mafias del narcotráfico, la pobreza extrema, la corrupción en el estado, malas políticas económicas, carga impositiva ilimitada, sectores de la justicia que favorecen y otorgan impunidad a los poderosos, sean estos políticos, funcionarios o pertenezcan a otros sectores. Nuestro espíritu y esperanza muchas enferman con estas cosas.

Grandes y jóvenes se desalientan en trabajar, buscar progresar o arriesgar para emprender algún proyecto. Mucha gente honrada, justa, servicial, esforzada y trabajadora debe luchar para mantenerse firmes en medio de tanta ausencia de valores y códigos éticos, mínimos e indispensables para que una sociedad se desarrolle y crezca armónicamente. Quienes creemos e intentamos ser fieles a nuestro Dios y a los valores de su reino, rogamos que el Espíritu habite en nosotros y que la ley de Dios sea escrita en nuestros corazones y en nuestra mente, para que no dejemos de obedecerla y amarla. Rogamos que en nuestras obras, palabras y pensamientos se manifieste la presencia de Dios.

Suplicamos que Dios nos conceda también vivir señales de su amor y voluntad en nuestras comunidades y pueblos, en nuestras ciudades y en el territorio o país en que vivimos. Le pedimos que no deje de manifestar su bondad en sus hijas e hijos, en toda clase de servicio y buen testimonio. Que la vida buena y eterna que desea para toda la humanidad y la creación entera, se hagan realidad.

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