4º domingo de Pascua, Jubilate

Les doy vida eterna y no morirán jamás, nadie me las puede quitar.

Juan 10,28

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“La señora nueva me quitó mi asiento”, escucho a una señora de mi congregación en la ronda de damas. “Esta iglesia nueva que está a la vuelta nos quita los miembros”, escucho a uno de mis colegas. “Este chico me quitó mi pala”, escucho a un niño en el cajón de arena. Todos tenemos experiencias distintas de que nos quitan algo. Puede ser algún objeto o, peor todavía, una persona que significa mucho para uno mismo. Me imagino que las personas que vivieron una guerra o una crisis económica nos podrían contar historias muy fuertes sobre el hecho de que te quitan algo.

Y a veces me parece que cuanto más tienes, más aumenta el miedo de que alguien te lo quite. En Alemania, por ejemplo, la cantidad de seguros es bastante alta. Cuando te roban, cuando te rompen tu auto, cuando fallece tu pareja… mucha gente tiene se-guros que pagan en casos así. De esta forma se puede vivir con la creencia de que, en un caso así, de alguna manera te devuelven lo que te quitaron.

Viviendo en un mundo donde la experiencia de que te quitan algo está tan presente, donde a veces nada o por lo menos muy poco parece seguro, las palabras del texto de hoy nos prometen algo muy grande: nadie me las puede quitar, dice Jesús “y nadie se las puede quitar” de Dios. Nada ni nadie, ni la muerte, nos pueden quitar a nuestro Señor. Ahí está nuestro lugar. Ahí estamos segu-ros y guardados. Ahí no nos falta nada ni nadie. Y por eso mismo el miedo de que nos quiten algo ya no tiene sentido. En un mundo cambiante e inseguro Dios es nuestro seguro eterno e infinito. ¡Con él ya tenemos todo!

Annika Willinski

 

Juan 10,22-30

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