No los dejaré huérfanos; vendré a ustedes.

Juan 14,18

Jesús está preparando a sus discípulos para su muerte y resurrección.

¿Cómo prepararnos para enfrentar lo desconocido? ¿O frente a lo que no se entiende? Esa era la inquietud de los discípulos: ¿a qué se refería Jesús cuando les hablaba sobre su inminente muerte? Pero además les decía que no los iba a dejar huérfanos.

¡Qué palabras tan fuertes! Por un lado Jesús les genera miedo porque ellos no quieren quedarse sin su maestro, no quieren sentirse abandonados. Por otro lado Jesús les asegura que no los va a abandonar, pues ellos recibirán el Espíritu Santo. A partir de este recibimiento podrán conocer mejor a Dios.

La iglesia es la comunidad del Espíritu y de la memoria viviente de Jesús. Es también la comunidad del amor de Dios que se manifiesta en los vínculos de confianza y solidaridad que se generan. Esta comunidad está llamada a no marginar, no segregar, no discriminar. No es un espacio privado sino el ámbito en el cual todas las personas aprendemos a sentirnos cómodas.

Jesús invitaba a sus discípulos a mantenerse unidos/as y a proyectarse juntos/as, desarrollando confianza mutua, sabiendo que el Espíritu Santo cuidará de su comunidad. De esta manera podrán vencer el miedo, la soledad y el sentimiento de abandono. Porque nuestra certeza es que Dios no abandona a sus criaturas.

Gracias, buen Dios, porque también en este día me cuidas, proteges y haces que me sienta acompañada por ti a través de aquellas personas con quienes me he de encontrar hoy. Amén.

Wilma E. Rommel

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