Pentecostés

Y ustedes también serán mis testigos, porque han estado conmigo desde el principio.

Juan 15,27

Siempre vuelve a aparecer para los cristianos el desafío de ser testigos. ¿Hay que ser testigo con la palabra o con los hechos? ¿Es bueno declararse seguidor de Cristo, salvado por Cristo, o es mejor que nos conozcan simplemente por los frutos que tratamos de dar? ¿No alcanza con mostrarnos como sensibles y actuar por los más débiles, y dejar librado a las circunstancias el hecho de que sepan cuál es nuestra fe? Ante estas preguntas se pueden descubrir motivos por los cuales es importante el testimonio de palabra, a la manera de cada uno y con la ayuda de Dios. Una razón para no quedarnos demasiado callados es permitir a quienes no tienen fe o no vivieron la experiencia de pertenecer a una comunidad cristiana, que puedan conocer qué es lo que nos inspira. Además, que otros cristianos escuchen algún testimonio nuestro ayuda a hacer más dinámica la construcción del Cuerpo de Cristo, ese sistema colaborativo del que el apóstol Pablo habla en sus cartas. No siempre hay que pensar que ser testigo de Cristo va a molestar. Me llevé una sorpresa agradable con una mujer que dirige una importante organización no gubernamental de asistencia veterinaria a animales en barrios humildes. Para Navidad envió a sus contactos un mensaje muy explícito sobre nuestro Salvador que hacía pensar cuán bien van de la mano la sensibilidad hacia los más olvidados y el testimonio de fe en Jesús.

Tomás Tetzlaff

Salmo 104,24-34; Hechos 2,1-21; Romanos 8,22-27; Juan 15,26-27; 16,4-15

Agenda Evangélica: Salmo 118, 24-29; Génesis 11,1-9 (P); Hechos. 2,1-21; Juan 14,15-19(20-23a)23b-27

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