Último domingo después de Pentecostés, Cristo Rey

Vi que venía entre las nubes alguien parecido a un hijo de hombre, el cual fue a donde estaba el Anciano; y le hicieron acercarse a él. Y le fue dado el poder, la gloria y el reino, y la gente todas las naciones y lenguas le servían. Su poder será siempre el mismo, y su reino jamás será destruido.

Daniel 7, 13-14

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Estimadas lectoras y estimados lectores:

Hoy estamos celebrando el último domingo del año eclesiástico. Su nombre litúrgico es “Domingo de la eternidad” o “Domingo de Cristo Rey”.

En él celebramos la promesa que fundamenta nuestra esperanza: todo poder, toda gloria y todo el reino residirá en las manos del hijo del hombre, en las manos de nuestro Señor Jesucristo. Nada podrá alzarse contra él, ni siquiera la muerte con todo su poder de destrucción.

Hoy cuesta creer que esto sea así. Es tanto el ruido que provoca el dolor, que cuesta escuchar los latidos de esperanza escondidos en esta promesa de restauración universal que viene de Dios.

Sin embargo, la última palabra que habrá de alzarse sobre toda la palabra será la del Señor.

Al final de la historia, no serán los pobres hombres y mujeres de poder de este mundo los que tengan la última palabra.

Nadie ni nada de aquello que en este mundo alza su voz de mando reclamando obediencia de vida quedará al final. No serán sus gritos violentos los que tengan la última palabra. 

Nada quedará de aquello que se ha construido sobre la base de la explotación a los seres humanos y a toda la creación. La muerte en todas sus formas será destruida.

Todo será nuevo. Todo resucitará. La vida se quedará para siempre.

Que así sea, Señor. ¡Venga a nosotros tu reino! Amén.

Leonardo Schindler

Salmo 93,1-5; Salmo 122,1-5; Daniel 7,13-14; Apocalipsis 1,5-8; Juan 18,33-37; Agenda Evangélica: Isaías 65,17–19 (20–22) 23–25; Filipenses 1,21–26 

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