3º domingo después de Pentecostés, 10º en el año

Al llegar cerca del pueblo, vio que llevaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda. Mucha gente del pueblo la acompañaba. Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: “No llores”. Enseguida se acercó y tocó la camilla, y los que la llevaban se detuvieron. Jesús le dijo al muerto: “Joven, a ti te digo: ¡Levántate!” Al ver esto, todos tuvieron miedo y también decían: “Dios ha venido a ayudar a su pueblo.”

Lucas 7,12-14.16-17

La historia de hoy es muy fuerte, impresionante, porque habla de una resurrección: Jesús resucita al hijo único de una viuda. El hecho impacta a todos los presentes.

¿Y a nosotros? ¿De qué manera nos interpela el texto? No podemos quedarnos con la primera parte, esperando el milagro de la resurrección de alguna persona querida, sino que debemos concentrarnos en la parte del relato que refiere a la llegada de Jesús.

Sí podemos quedarnos con las palabras que Jesús dice al joven: ¡Levántate! En esa expresión sentimos el amor de Dios, el aliento a seguir, a perseverar en nuestra vida y en nuestros sueños. Debemos tener bien presente esa frase en nuestro diario vivir: ¡Levántate! Y, por otro lado, la frase final que indica que no estamos solos, Dios ha venido a ayudar a su pueblo. Es decir, Dios nos quiere, nos acompaña y viene a ayudarnos, como madre y padre nuestro que estará siempre para sostenernos y conducirnos por el camino de la vida.

¡Oh, tu fidelidad! ¡Oh, tu fidelidad! Cada momento la veo en mí. Nada me falta, pues todo provees. ¡Grande, Señor, es tu fidelidad! (Canto y Fe Nº 263)

 

Susana Carolina Plem

 

Salmo 30,1-12; 1 Reyes 17,17-24; Gálatas 1,11-19; Lucas 7,11-17; Agenda Evangélica:

Efesios 2,17-22

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