4° domingo después de Epifanía, 4° en el año

Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole: “¡Cállate y deja a este hombre!” El espíritu impuro hizo que al hombre le diera un ataque, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron, y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, y con plena autoridad! ¡Incluso a los espíritus impuros da órdenes, y lo obedecen!” Y muy pronto la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea.

Marcos 1,25-28

En la antigüedad se creía que muchas personas eran poseídas por espíritus impuros o demonios. A lo largo de la historia se ha tratado de mostrar y demostrar cómo eran, qué formas tenían y sobre todo lo lejano que estaban de Dios. Una persona “poseída” era en quien no habitaba Dios, sino el demonio, el espíritu impuro. Y Jesús en su andar entre la gente encuentra a un hombre que estaba “poseído”. Jesús no lo desvía, trata de ayudarlo, de liberarlo. ¿Qué habrá pasado con esa orden de Jesús, que pudo curar al hombre? La gente vio una manera nueva de enseñar, y una autoridad. Se dice que una autoridad no es quien repite constantemente que tiene algo más que decir que los demás. Se es autoridad si sus palabras son consecuentes con sus hechos. O sea, no es solo el lindo discurso: su actitud y acciones deben ser un solo hecho. No conozco muchas personas que tengan autoridad en su manera de ser. Pero las que conozco me inspiran mucho respeto y admiración.

Jesús, en sus hechos y con su palabra de amor, es más que autoridad: transforma, da vida y vida plena.

Dios mío, en tu autoridad confío, ¡y es mi sustento! Amén.

Ricardo Martín Schlegel

Salmo 111; Deuteronomio 18,15-20; 1 Corintios 8,1-13; Marcos 1,21-28 Agenda Evangélica: Salmo 97; Éxodo 3,1-10(11-12)13-14(15); 2 Corintios 4,6-10; Mateo 17,1-9; 2 Pedro 1,16-19(20-21) (P)

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