17º domingo después de Pentecostés, 24º en el año

Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido.

Lucas 15,6

Perder – Encontrar: El verbo perder tiene dos acepciones. Una, apunta más a lo material. Sería extraviar, descuidar, como cuando un anillo desaparece en el fondo del mar. Difícilmente lo volvamos a encontrar. Dentro de este significado cabría aquel dicho popular: “Más difícil que encontrar una aguja en un pajar”. Aquí no hay retorno.

El otro significado apunta más al desvío, al descarrilarse. Sería algo así como equivocar el camino, tomar una senda errada.

En nuestra parábola, la de la oveja perdida, podemos aplicar este último sentido. No sabemos por qué razón la oveja se perdió. ¿Fue in-ducida? ¿Fue capricho? ¿Fue descuido? ¿Ansias de libertad? ¿Auto-suficiencia?

El texto da a entender que la oveja se aleja del rebaño por cuenta propia, toma distancia, se independiza, “hace la suya”.

Eso es algo parecido a lo que sucede con muchos miembros de nuestras comunidades. Resentidos, ofendidos, insatisfechos, disconformes, optan por alejarse.

¿Qué perdemos cuando nos alejamos? Perdemos la posibilidad de estar en comunidad, de orar juntos, de compartir juntos, de sufrir juntos y también de alegrarnos juntos.

Al producirse el “encuentro”, el desenlace debería ser siempre la fiesta y no el reproche.

El Señor nos conceda la alegría de pastorearnos unos a otros.

Stella Maris Frizs

Salmo 51,1-2.10-11.15.17; Éxodo 32,7-14; 1 Timoteo 1,12-17; Lucas 15,1-32; Agenda Evangélica: 2 Timoteo 1,7-10

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