El Presbiterianismo y la Reforma en América Latina

 

Hablar de Presbiterianismo en América Latina en otra época se entendió siempre como una contradicción de términos, sobre todo porque se consideraba que esa expresión doctrinal del Cristianismo protestante no merecía un lugar en este ámbito cultural, no obstante que desde etapas tan tempranas como los Siglos XVI y XVII aparecieron algunos representantes de la fe reformada o calvinista en espacios dominados por la cultura hispano-católica y, por lo mismo, rotundamente opuestos al ingreso de cualquier expresión de las reformas religiosas. La ruptura ideológica representada inicialmente por esa presencia marginal en el subcontinente se formalizaría progresivamente de dos maneras, especialmente durante la segunda mitad del Siglo XIX: primero, mediante la vertiente socio-política encarnada por sectores liberales que condujeron a los diversos países a definirse en relación con la fuerte influencia católica y, en segundo lugar, por las misiones que abiertamente buscaron agregar la disidencia doctrinal al panorama religioso de los mismos con base en los cambios legales que impusieron la libertad de culto en varios de ellos.

El Presbiterianismo llegó gracias a las misiones escocesas, inglesas y estadunidenses, y quedó fuertemente marcado por una colaboración inicial con esos sectores liberales, de ahí que, en la mayor parte de los casos, el discurso sobre los elementos de la Reforma, tal como se había desarrollado en Europa, en ocasiones se utilizó como bandera cultural y política con un énfasis civilizador que ofendió profundamente a las élites criollas y autóctonas dada su exaltación tan intensa del pasado colonial y su maridaje tan evidente con las cúpulas católicas. Las progresivas oleadas misioneras consiguieron establecer comunidades presbiterianas en, Brasil, Colombia, México y Perú, y seguirían haciéndolo en el resto de los países. El caso guatemalteco es notable: el presidente Justo Rufino Barrios solicitó el ingreso de misioneros presbiterianos a su país en 1882 y contribuyó a establecer el templo más emblemático en el centro mismo de la capital, apenas a un lado del Palacio de Gobierno.

En todos los países donde trabajaron estas misiones su discurso fue abiertamente anti-católico y, al mismo tiempo, se promovió la educación, el cuidado de la salud y una nueva moral individual y colectiva, todo ello apuntalado en los valores producidos por los grandes principios de la Reforma Protestante. Figuras como John Clark Hill, en Guatemala, Melinda Rankin, en México y Juan Ritchie, fundador de la Iglesia Evangélica Peruana, determinaron el perfil de muchas comunidades en medio del rechazo hacia el Protestantismo visto como un agente extranjerizante y ajeno a la cultura latinoamericana. Y es que, ciertamente, en las congregaciones que abrazaron con mayor intensidad la fe evangélica el apego a las doctrinas reformadas se caracterizó por una especie de revancha ideológica contra el catolicismo, mientras que las luchas del Siglo XVI fueron vistas a la luz de los propios conflictos históricos. El concepto mismo de “reforma” se aplicó a las transformaciones que experimentaban las sociedades del momento y las nuevas comunidades religiosas tomaron como modelo práctico lo sucedido en Estados Unidos de Norteamérica desde su fundación, un país geográficamente más cercano, considerándolo el típico “país cristiano”, y produciendo entre ellas una admiración que les complicó su tarea evangelizadora y propagandística en innumerables circunstancias.

La Reforma en Europa se veía como algo muy distante y ni siquiera el filtro que representó el hecho histórico de que John Knox, fundador de la Iglesia de Escocia (reformada en sus dogmas y presbiteriana en su gobierno), haya sido discípulo directo de Calvino en Ginebra, logró que se percibiera a la tradición reformada como algo más abierto y plural, menos “atado” al rostro anglosajón del protestantismo. En esos contextos, no se comprendió ni se aceptó que ser presbiterianos equivalía a ser reformados, necesariamente. Al no incorporar en la nomenclatura la idea misma de la Reforma, la autoimagen presbiteriana buscaba otros referentes, al grado de que en las comunidades más tradicionales se ha venerado con mayor fuerza la vida y obra de Lutero, que las de Zwinglio o Calvino (debido, sobre todo, a la ausencia en nuestro idioma de las obras de ambos). Mucha gente incluso ignora que el verdadero fundador de esta tradición fue el primero. En este sentido, fueron una cierta excepción las comunidades organizadas merced al trabajo de agencias misioneras estadunidenses de origen holandés.

El impacto de la Reforma, señalado en sus aspectos negativos por amplios grupos católicos siempre llamó la atención hacia el impacto de situaciones políticas derivadas de algunas doctrinas reformadas, tales como el llamado “destino manifiesto”, cuya discusión avivó el furor anti-protestante en algunos países y renovó el rechazo hacia el estilo religioso de muchos sectores presbiterianos ya con presencia formal. Mientras tanto, al interior de las comunidades, como parte de la herencia misionera estadunidense cobraría fuerza el impulso del fundamentalismo como expresión visible de una manera bastante restringida de asumir la tradición calvinista y de presentarse como el perfil más respetuoso de la misma, aun cuando desde los inicios de las iglesias locales hubo otros movimientos más liberales, lo que desembocaría en fuertes conflictos. Los líderes nativos, como Erasmo Braga, en Brasil, o Eleazar Z. Pérez en México, encarnaron muchas de esas controversias.

Ya en los inicios del Siglo XX, y gracias a misioneros de nueva generación como John A. Mackay (“un escocés con alma latina”, como fue calificado), autor de El otro Cristo español, obra cumbre del protestantismo latinoamericano, cuya huella en varios países sigue vigente hasta la fecha, empezaron a desarrollarse otras orientaciones que arraigarían con el tiempo y contribuyeron, literalmente, a “descubrir” la Reforma como un hito fundamental en la historia de Occidente y a ubicarla en su justa dimensión. Muestra de esta influencia es el caso de algunos pastores latinoamericanos que estudiaron en Escocia. Con ello, el discurso y la praxis de lo “reformado” ganaron progresivamente mayor presencia en seminarios, iglesias y movimientos eclesiales, en los que los énfasis propios de esta tradición alcanzarían fuerte resonancia. En esa línea, fue muy relevante el papel desempeñado en Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL) por Richard Shaull, Gonzalo Castillo Cárdenas, Joaquim Beato, Rubem Alves y Zwinglio M. Dias (notable estudioso del Calvinismo en su vertiente eclesiológica), entre otros, mediante una sólida contextualización de los principios reformados, así como intelectuales tan destacados como el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda. Varios de ellos formaron parte de lo que hoy es la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (AIPRAL), organismo que promueve constantemente el rico legado calvinista.

Como parte de esa nueva comprensión de la Reforma, Salatiel Palomino escribió desde México: “La tradición calvinista significó, desde su origen, una transformación profunda de valores, ideales, acciones y formas de vida religiosa, social y cultural que intentaron moldear la existencia comunitaria de acuerdo con la enseñanza del Evangelio. Hubo en los inicios de la Iglesia Reformada una eficacia transformadora que marcó profunda huella en el mundo de la época y contribuyó al surgimiento de un nuevo tipo de sociedad, la sociedad moderna”. Y el puertorriqueño Rubén Rosario Rodríguez, al “reclamar la tradición reformada” para el subcontinente, ha señalado: “Retomando la potencial contribución de esta teología a la situación latinoamericana actual, propongo que el ‘rostro’ evangélico del protestantismo latinoamericano puede aprender mucho de Calvino acerca de la integración de la pureza doctrinal con la praxis emancipadora”. Porque, en efecto, muchos de los nuevos impulsos que se perciben al interior del Presbiterianismo latinoamericano tiene, lamentablemente, muy poco que ver con la gran herencia reformada que sigue esperando a quienes deseen despertarla y ponerla a funcionar en el mundo.

Leopoldo Cervantes-Ortiz

 

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