Uno de ellos, llamado Caifás, que era el Sumo Sacerdote aquel año, les dijo: «ustedes no saben nada, ni se dan cuenta que es mejor para ustedes que muera un sólo hombre por el pueblo y no que toda la nación sea destruida»

Juan 11, 49 – 50

Es indignante cuando líderes políticos imponen sacrificios a sus poblaciones con el único fin de preservar y promover sus propios intereses. Y es mucho peor cuando esos sacrificios significan literalmente la muerte de determinadas personas.

Sin justificas las prácticas de ningún político corrupto, debemos reconocer sin embargo que el mecanismo por el cual ciertos individuos son sacrificados por el bien del conjunto es imposible de erradicar de este mundo. Lo vemos en la naturaleza, donde por el bien del conjunto de las gacelas es necesario que alguna se la coman los leones. Y si una gacela zafa de ser atrapada, puede suceder que el león se coma en su lugar a su hermana. También lo vemos en las sociedades, donde para evitar una epidemia se ordena una campaña de vacunación masiva; pero como ninguna vacuna está libre de contraindicaciones, puede ocurrir que entre todas las personas a las que se pretende salvar, alguna muera por el efecto no deseado de la propia vacuna. Incluso, un buen político tendrá en muchas circunstancias que decidir de quién será verdugo, y no podrá eludir una decisión, porque la dilación también impondrá el sacrificio de alguien.

El cristianismo es contrario a este mecanismo, porque no propone el bien común, sino el bien de todos los cada uno y todas las cada una, que sólo es posible prodigiosa, milagros y sobrenaturalmente.

Andrés Roberto Albertsen

Juan 11, 46 – 57

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