Algunos del pueblo dijeron a Samuel: ¿Quiénes fueron los que dudaron de que Saúl podría ser nuestro rey? Entréguennos a esos hombres para que los matemos. Pero Saúl intervino diciendo

– En este día no morirá nadie, porque el Señor ha salvado a Israel.

1 Samuel 11,12-13

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Y lo ha salvado por partida doble. En la batalla lo ha salvado de sus enemigos, en las palabras de Saúl, lo ha salvado de sí mismo.

Entre relatos que dan cuenta de un mundo como el del Antiguo Testamento, en el que la crueldad está naturalizada y las matanzas más de una vez aparecen como actos de justicia, es identificable la marca de un mensaje que cambia la historia. El mensaje de Dios que se revela en esa historia de crueldades y manifiesta un propósito distinto.

La furia del ejército de Saúl no se sació con “una matanza que duró hasta el mediodía” (vs. 11), ahora quiere seguir con aquellos de su mismo pueblo que con su duda pudieron hacer mella en la moral de los combatientes. Como si la violencia pudiera algún día acabar con la violencia, como si pudiera ser artífice de la paz o generadora de la justicia.

Las palabras de Saúl muestran ese mensaje distinto en una realidad en el que la muerte de los “potenciales traidores” podría justificarse. El Señor salvó a aquellos sobre los que caía la condena, pero también al pueblo, de seguir trepando en la espiral de violencia.

En nuestro mundo, tan lejano y tan cercano de aquel del Antiguo Testamento, sigue existiendo esa idea de que a la violencia se la com-bate con violencia, a la paz se la construye con la eliminación de los que la impiden. En este mundo hace falta esa palabra de Saúl que anuncie que el Señor también de esta idea nos ha salvado.

 

Oscar Geymonat

 

1 Samuel 11,1-15

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