Al salir Jesús de allí, dos ciegos lo siguieron, gritando: ¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!

Mateo 9,27

En mi vida tuve una ceguera muy grande, cuando mi padre falleció en un accidente, me costó asumirlo como la voluntad de Dios. En mi ceguera busqué a Jesús en su palabra, y fue él quien se manifestó en mi vida; fue a causa de ese accidente que encontré a Jesús.

Aquí los ciegos piden a gritos a Jesús que tenga compasión, ellos confían plenamente en que él puede devolverles la vista, que él puede sacarlos de su oscuridad y devolverles la luz que les permita ver. Piden desde su fe y con esperanzas, corren tras él y no se dan por vencidos.

Ellos saben, aún sin ver, que sólo Jesús puede cambiarles la vida. Es importante destacar que cuando Jesús llega a su casa, ellos también entran con él, se sienten en casa.

Él les pregunta: ¿creen que puedo hacer esto?, “Sí, Señor”, es su respuesta; entonces Jesús pone sus manos sobre sus ojos y les devuelve la responsabilidad a ellos diciendo: que se haga conforme a la fe que ustedes tienen.

Ellos pasaron la prueba.

Jesús pide que no divulguen lo sucedido, pero ellos no callan, son un testimonio de lo que él ha hecho en sus vidas.

Hoy somos nosotros los que no podemos callar y debemos contar lo que Jesús ha hecho y sigue haciendo en nuestras vidas, y ese testimonio es utilizado para devolver la vista a los tantos ciegos que caminan en la oscuridad.

Vamos, que ese es nuestro desafío, es lo que Jesús espera de nosotros.

Amalia Elsasser

Mateo 9,27-34

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