Pero, Señor, tú estás en medio de nosotros, todos saben que somos tu pueblo; ¡no nos abandones!

Jeremías 14,9

(Antes de leer la reflexión les invito que puedan leer el texto bíblico completo, Jeremías 14,1-16)

El texto del profeta es ciertamente muy gráfico. Al leerlo no pude evitar pensar en las imágenes que en él se describen, en la cruel-dad de algunos hechos y algunas palabras. En la cruda realidad descripta, que parece tan distante de nuestros días. Al hablar de la sequía, inmediatamente pensé en la realidad de los campos, de las chacras, de las huertas, de todo, que necesitan del agua del cielo, de la lluvia para germinar, para crecer, para vivir. Pensé en las plan-tas marchitándose, secándose y muriéndose por la falta de aquello que las mantiene con vida. Pensé en nosotros, secos de aquello que nos hace vivir, secos de amor, de esperanzas, de sueños. Pensé de manera figurada, en las sequías (no literales) por las que atraviesa nuestra existencia a lo largo de nuestros días, las veces en las que nos sentimos marchitar por el dolor, la angustia y la tristeza. Todas esas veces en donde, al igual que el profeta nosotros clamamos a Dios, desde nuestras almas pidiéndole que no nos abandone, que no nos desampare, pues también nosotros somos su pueblo y que-remos verlo, sentirlo y percibirlo en medio nuestro, aún (y principal-mente) en los tiempo de aflicción.

Dios nuestro, derrama sobre nosotros las lluvias de tu amor infinito que nos permita hoy y siempre ser la tierra fértil, en donde crezcan los frutos de tu misericordia y tu gracia. Amén.

Karla Steilmann

Jeremías 14,1-16

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