David se enfureció mucho contra aquel hombre, y le dijo a Natán: “¡Te juro por Dios que quien ha hecho tal cosa merece la muerte! ¡Y debe pagar cuatro veces el valor de la ovejita, porque actuó sin mostrar ninguna compasión!” Entonces Natán le dijo: “¡Tú eres ese hombre!”

2 Samuel 12,5-7

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No le agradó a Dios lo que hizo el rey David. Primero violó a Betsabé mientras su esposo Urías peleaba en una guerra. Después, cuando Betsabé quedó embarazada, David hizo volver a Urías de la guerra para tratar de que se acostara con su mujer. Y cuando no lo pudo lograr, mandó que lo dejaran solo en la línea más dura de batalla para que muriera.

El profeta logró que el rey David admitiera su pecado contra Dios, y no es poca cosa que el rey no haya mandado matar al profeta de la misma manera en que antes había mandado matar a Urías.

De todas maneras, nadie (¡parece que ni el mismísimo Dios!) reconoce el valor y la dignidad de Betsabé como mujer. Natán apenas la describe como la ovejita que el hombre pobre quería como a una hija. Después de que murió su esposo, tuvo que aceptar que su violador la tomara por esposa y seguir con el embarazo hasta dar a luz a un hijo. Y el castigo para el pecado de David fue el anuncio de que moriría ese mismo hijo que acababa de tener con Betsabé.

En ningún momento escuchamos a Betsabé con su propia voz. Su forzado silencio es inadmisible. Debemos alentar y acompañar a to-das las víctimas de abuso sexual que se animan, por fin, a hacerse escuchar.

 

Andrés Roberto Albertsen

 

2 Samuel 12,1-25

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