… Pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén.

Lucas 9,53

Desde hacía algunos siglos los samaritanos no tenían un trato de amistad con sus vecinos los judíos (cf. Juan 4,9). Particularmente problemático era el paso por territorio de Samaria para ir periódicamente a la ciudad santa: Jerusalén. Luego, en su relato del viaje (10,30-35; 17,11-19), Lucas empleará a los despreciados samaritanos para dejar una enseñanza sobre el discipulado. Más adelante cuenta cómo esta gente, ahora inhospitalaria, acepta de corazón el mensaje cristiano (Hechos 8,4-25).

Ya por entonces a sus más cercanos discípulos les costaba asumir lo que significaba la determinación de Jesús de ir a Jerusalén. Recordemos a Pedro reprendiéndole, diciendo que Dios no permitiría que le pase algo al Maestro. También a nosotros hoy se nos dificulta reconocerle en lo bajo de su humilde humanidad. Tendemos, por costumbre aprendida, a admirarle en lo alto de su divinidad glorificada.

Ver al Señor tal cual es, implica seguirle. Seguirle, lleva a conocerle tal cual se hizo por nosotros. Aceptar encontrarle en su condición vulnerable, habilita nuestra esperanza de participar en su exaltación. Como dijera a sus apóstoles: Ustedes han estado siempre conmigo en mis pruebas. Por eso, yo les doy un reino… (Lucas 22,28-29a).

Si compartimos su pasión también reinaremos con Él, meditemos entonces en Cristo Dios, y en este crucificado, pues éste es el camino por el que se nos muestra Él mismo hermano y Salvador nuestro.

Cuando te contemplo en tu humillación, todo el ser te ofrezco en adoración; amor sin ejemplo, te abro el corazón: nada es comparable a ti, mi Señor. (Canto y Fe N° 266)

Miguel A. Ponsati

Lucas 9,51-56

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