Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no han leído ustedes en el libro de Moisés el pasaje de la zarza que ardía? Dios le dijo a Moisés: “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.” ¡Y él no es Dios de muertos, sino de vivos!

Marcos 12,26-27

Los saduceos negaban la creencia en la resurrección de los muertos, convicción por entonces relativamente reciente en la fe de Israel, e intentan ponerla en ridículo ante Jesús planteando un caso de respuesta imposible.

Conociendo que los saduceos sólo aceptaban la autoridad de la Torah escrita, Jesús, como maestro sabio que era, les responde con el texto de Éxodo 3,6 mencionado en Marcos. Allí, ante Moisés, el Señor le declara ser el Dios de los patriarcas. Jesús, enfáticamente, añade aquello de Dios como un Dios de vivos, no de muertos; en consecuencia, los patriarcas aún viven.

Jesús contrapone a la lógica racionalista de los saduceos otra lógica. Lo que quiere enfatizar Jesús es que a lo largo de las Escrituras (aquí se refiere al Antiguo Testamento) está atestiguada la experiencia humana de ininterrumpida comunión con un Dios bueno que ama a la humanidad y le da la vida. Ni siquiera la muerte interrumpe esa comunión. Para Jesús la resurrección, que como idea está contenida en el Antiguo Testamento, es un hecho establecido, un dato que surge de la realidad de aquella comunión.

Que la fe de Jesús en el Dios de la vida y la certeza de que nuestra comunión permanece a pesar de y más allá de la muerte sean nuestro sostén y fortaleza para cuando suceda que la muerte nos separe de la compañía de quienes queremos. Amén.

Miguel Ponsati 

Marcos 12,18-27

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