Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él.

Juan 21,4

Con este texto nos ubicamos en el último capítulo del evangelio de Juan, el cual probablemente muchos de ustedes han escuchado por primera vez, al igual que yo, en la escuelita dominical y es llamado “La pesca milagrosa”.
Jesús, después de haber resucitado, se les aparece a los discípulos. Los busca. Los mira desde lejos. Va a su encuentro. Los espera a la orilla. Se les presenta en el momento preciso cuando estaban agotados por haber trabajado toda la noche y quizás incluso malhumorados por no haber pescado nada.
Al igual que con los discípulos, nosotros también muchas veces llegamos ya sin fuerza y sin ánimo a la orilla, cansados y cansadas de intentar y de luchar y no ver resultados de nuestros esfuerzos y, en esos momentos, Jesús se nos presenta, nos mira y se acerca. Va a nuestro encuentro para darnos ánimo. Es ahí, después de una larga noche que llega Jesús y nos muestra que cada amanecer nos trae la oportunidad de vivir un día más, de renovar nuestras fuerzas y esperanzas. Nos demuestra que él está ahí mirándonos y esperándonos, aun cuando no lo reconocemos, aun cuando no lo vemos.
Jesús es mi amigo anhelado, y en sombras o en luz siempre va paciente y humilde a mi lado, ayuda y consuelo me da. Por eso constante lo sigo, porque él es mi rey y mi amigo, y yo soy feliz y yo soy feliz, por él. (Canto y Fe Nº 192)

Karla Steilmann

Juan 21,1-14

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