La Escritura dice: “Ha dado generosamente a los pobres, y su justicia permanece para siempre”.

2 Corintios 9,9

Abrir nuestro corazón y nuestras manos son actos de generosidad y de justicia. El que da, se abre a sí mismo, se otorga a sí mismo, como ofrenda viva, una siembra de amor. El que se abre a los demás también se abre a Dios. Establece una relación con Dios, y construye, colabora en la justicia. El que se abre a sí mismo le da contenido a la solidaridad que se hace presente en las situaciones que generan pobreza.

El apóstol busca construir una relación de hermandad que busca superar las distancias. Las distancias que parecen tan insuperables se vuelven más pequeñas, cuando nos acercamos crecemos en la fe. Solo en la gratitud y en la generosidad realmente le damos valor a la vida. Esta acción de generosidad siempre dará frutos. Los frutos de la justicia son gratitud, plenitud, confraternidad, bendición y la gracia de Dios.

Lo opuesto a todo esto es el egoísmo y la injusticia, que nos lleva por caminos opuestos y muchas veces nos vuelven insensibles, nos cerramos, nos cuesta entender y ponernos en el lugar del otro.

El apóstol Pablo presenta la situación de la iglesia en Jerusalén, la que debe ser asistida con la colecta de los corintios. Ellos/as abren sus corazones y sus manos. Dar es una cuestión del corazón, con una similitud a la de la siembra: la siembra escasa trae una cosecha escasa, la siembra abundante trae “bendición”.

Marisa Hunzicker

2 Corintios 9,1-9

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