Esto declara Ciro, rey de Persia: “El Señor Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Me encargó construirle un templo en Jerusalén, que está en Judá. Cualquiera que pertenezca a su pueblo, Dios lo ayude y vaya a Jerusalén de Judá para reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel”.

Esdras 1,2-3

48 años después de la destrucción de Jerusalén por los babilonios y de la última deportación de judíos a la Mesopotamia, cambia la configuración política de Medio Oriente. Los persas (hoy Irán) conquistan el decadente imperio babilónico. Profesan una religión similar a la fe del pueblo de Israel; creen en el Dios único, que no puede ser representado en imágenes; es el Dios de los cielos. El rey Ciro desarrolla un respeto por ese Dios que se adora en Jerusalén. No se burla de él como lo hicieran otros reyes. En virtud de ello permite a los judíos volver a sus tierras, les devuelve los utensilios del templo que habían sido confiscados por los babilonios y apoya la reconstrucción del templo incluso con fondos públicos.

Para el pueblo de Israel exiliado en Mesopotamia eran palabras de paz, de libertad; se había hecho justicia. Para los autores bíblicos que refieren esta historia 200 años más tarde, Dios había cumplido los mensajes anunciados por los profetas. Sí, aunque nos cueste creerlo, Dios interviene en la historia mundial. No estamos absolutamente librados a los caprichos de los poderosos o de la supuesta casualidad. Es más, Dios hace historia con nosotros. Y cada uno de nosotros hace un poquito de esa historia, deja su huella, tiene cierta responsabilidad por los hechos que suceden. Los resultados de esta historia estarán relacionados con el respeto que tengamos por nuestro Dios y Señor, por la medida en que respondamos a su amor y su voluntad.

Federico Hugo Schäfer

Esdras 1,1-11

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