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Nadie hablaba abiertamente de él, por miedo a los judíos.

Juan 7,13

En uno de los campamentos juveniles, allá por los años 70, realizamos un taller sobre “cómo contar sobre el evangelio”. La consigna consistía en superar nuestros miedos para hablar sobre la Biblia o sobre nuestra fe. El pastor nos enseñó a armar un pequeño discurso que partía del texto de Juan sobre cómo Dios ama al mundo, tenía su eje central en la entrega de Jesús (crucifixión y resurrección) y terminaba con Romanos 8 (nada nos puede separar del amor de Dios). Con estas líneas debíamos convencer a nuestros compañeros sobre la fe. Nos daba vergüenza contar y decir que éramos jóvenes de la iglesia.

Hoy miro para atrás y considero lo importante que es hacer estos ejercicios para superar los miedos. Debo reconocer que los miedos nunca se me fueron completamente.

Algunos años después escuché decir a un teólogo que mientras predicaba siempre tenía esa sensación de que le temblaban los pies. Afirmó que el día que le dejaran de temblar los pies debería dejar de predicar, porque ese día su seguridad estaría por encima de la confianza que es necesario poner en Dios.

En nuestros contextos hablar de nuestra fe y de nuestras convicciones no está prohibido como en otros lugares. Pero muchas veces nuestros miedos, nuestra timidez o el temor al qué dirán, no nos dejan hablar libremente. Es un camino de aprendizaje poder hacerlo, y por otra parte saber que de nuestro lado contamos con la fuerza inmensa del Dios que es Padre, es Jesucristo y es Espíritu Santo, es lo que nos da seguridad.                                                 

Waldemar von Hof

Juan 7,1-13

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