“Ya llega tu fin, Israel. Voy a descargar mi ira contra ti; voy a pedirte cuentas de tu conducta y a castigarte por todas tus acciones detestables. No te voy a tratar con misericordia; voy a castigarte por tu conducta y hacerte pagar las consecuencias de tus acciones detestables. Y reconocerán ustedes que yo soy el Señor…”¡Aquí está el día! ¡Ya llegó! ¡Vino la destrucción! La maldad triunfa por todas partes y es mucha la insolencia.

Ezequiel 7,3.4.10

En la época de Ezequiel nadie se hacía la siguiente pregunta ante una calamidad: ¿por qué Dios permite esto? Se partía de la base que era el propio Dios quien, en un típico arrebato de ira, provocaba las calamidades. Los textos del profeta para estos días son una clara muestra de este pensamiento religioso. Lamentablemente, esta forma religiosa de pensar es el pan que nutre el fanatismo. Un Dios capaz de semejantes amenazas es un Dios al que hay que obedecer ciegamente por puro miedo. Si no me porto bien, ¡paf!, el matamoscas de Dios me aplasta. Si Dios dice que debo ser el matamoscas de su mano, ¡paf!, aplasto a quien se oponga a Dios.

En cierta forma la Mitología pagana era más humanitaria que la religiosidad extrema de Ezequiel, porque atribuía a diferentes dioses diferentes males. Un tsunami era causado por demonios marítimos pero una vez que pasó, esa deidad se calmaba. Un volcán que entraba en erupción era el enojo del dueño del inframundo. Después de ofrendas, cantos y ceremonias, todo volvía a la normalidad.

También debemos agradecer a Ezequiel su claridad. Los causantes del tremendo castigo de Dios son las injusticias cometidas por las personas, no por los mercados o la inflación.

Irene Weinzettel

Ezequiel 7,1-13

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