Todos son del mismo Padre: tanto los consagrados como el que los consagra. Por esta razón, el Hijo de Dios no se avergüenza de llamarlos hermanos.

Hebreos 2,11

 

El ser consagrado no significa lo que una persona común cree que quiere decir. Uno pensaría que el término se refiere a una persona muy buena, muy amable. Bueno, la consagración, cuando se usa en relación con el Espíritu Santo, tiene que ver con la obra de Dios en nosotros. Por lo tanto, gracias a la obra de su Espíritu en el corazón de los redimidos podemos llegar a ser justos, buenos, fieles a Dios.

Y este pasaje nos quiere decir que la consagración se usa en relación con la persona de Cristo, viene por medio de Cristo, y la tenemos en Cristo. Debemos saber que él fue el justo que ocupó el lugar de los injustos para llevarnos a Dios. Y así Cristo nos ha introducido ahora en la familia de Dios porque todos somos del mismo Padre y es Jesús mismo que nos dice: nadie va al Padre, sino por mí…

También dice en la última parte de este versículo 11 que: no se avergüenza de llamarlos hermanos. Porque en la familia de Dios,  todos somos hermanos e hijos de un mismo Padre; por eso, él no se avergüenza de llamarnos hermanos.

Jesús por medio de su sufrimiento y sacrificio se puso en el lugar de los injustos para que fueran justos. Él sufrió por cada uno de nosotros, fue puesto a prueba y sacrificado. Él vino para ayudar a toda la humanidad y se hizo hermano nuestro. Me atrevo a decir que él es nuestro hermano mayor que cuida a sus hermanos menores y responde ante el Padre por nuestras acciones.

Jesús nos llama hermanos porque todos nos hemos convertido en hijos de Dios por medio de la fe.

Demos gracias al Señor por tan grande y maravilloso honor de ser llamados hijos y hermanos de un solo Padre.

Rufina Rapp

Hebreos 2,11-18

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