Cuando David y sus hombres llegaron a la ciudad y vieron que estaba quemada y que se habían llevado prisioneros a sus mujeres, hijos e hijas, se pusieron a llorar a voz en cuello hasta quedarse sin fuerzas.

1 Samuel 30,3-4

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Frente a las adversidades nos dejamos llevar por las circunstancias, nos desesperamos y claudicamos o tomamos decisiones erró-neas. Buscamos culpables, preguntamos: ¿dónde está Dios en esas circunstancias?, o nos inculpamos. No aparece en nuestro auxilio el menos común de los sentidos, el “sentido común”.

Diferente fue la reacción de David, ante la adversidad por la destrucción de Siclag, por parte de los amalecitas, quienes destruyeron su pueblo, saquearon sus pertenencias, secuestraron a sus familias incluyendo mujeres, ancianos y niños, y sus soldados lo inculpaban y amenazaban con apedrearlo.

David deja de seguir llorando y quejándose por lo ocurrido. Enfrenta la adversidad pidiendo ayuda a Dios y ofreciendo consuelo y liderazgo a sus soldados.

Sabe que confiar y obedecer solamente a Dios es lo correcto. Utiliza los medios de consulta a su alcance, consulta a Dios sobre sus opciones: ¿Ir a buscar lo que se le había arrebatado y morir en el intento? o ¿resignarse a la derrota y morir por la mano de su propia gente?

Recibe la orientación de Dios, cree, obedece y retoma el liderazgo confiable ante los suyos. Enfrenta al adversario y lo derrota. Retoma lo suyo y lo de su gente, incluyendo las pertenencias de los que no participaron de la lucha. Restablece la confianza en Dios y en la sabiduría de su liderazgo.

Confiar en Dios, involucrarlo en la solución, es lícito y sabio. Sólo Dios basta.

Oswaldo Humberto Cuevas Gaete

1 Samuel 30,1-31

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