Se dice: “Yo soy libre de hacer lo que quiera”. Es cierto, pero no todo conviene. Sí, yo soy libre de hacer lo que quiera, pero no debo dejar que nada me domine.

1 Corintios 6,12 Hay dos conceptos en este versículo que son tan fundamentales

como muchas veces confusos: libertad y conveniencia.

Demasiado superficialmente solemos oír, cuando no decir, que si soy libre, hago lo que quiero, aunque a veces lo que me falte sa-    ber es qué quiero. La libertad se vuelve un andar sin rumbo, hacer  sin valor, vivir sin propósito. “La verdad los hará libres”, dice Jesús (Juan 8,32), pero es necesario conocerla. La supuesta libertad sin reflexión, sin búsqueda de para qué, sin propósito, sólo logra exaltar la transgresión como valor máximo sin percibir que puede ser una suerte de compulsión a hacer lo prohibido. En “La libertad cristiana”, Martín Lutero dice que la verdadera libertad se muestra cuando uno libremente decide volverse siervo. La aparente paradoja entraña el verdadero sentido de la libertad y se vincula con el otro concepto clave: conveniencia.

En un mundo gobernado por el dinero solemos reducir conveniencia a obtención de ganancias económicas y no a lo que nos lleve a una vida en plenitud. Formo parte de una iglesia que surge a partir   de alguien que entendió que convenía a su vida el abandono de las riquezas materiales. En el siglo XII, en Lyon, Valdo descubrió que el ejercicio de su libertad pasaba por la renuncia a las “ganancias” que lo ataban, y que la conveniencia para una vida plena implicaba vol- verse servidor de la verdad que ahora conocía.

Hay libertad que libera y libertades que encadenan. Conviene conocer la diferencia.

Oscar Geymonat

1 Corintios 6,12-20

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