Éste es el mensaje que Amós, pastor de ovejas del poblado de Tecoa, recibió de parte de Dios acerca de Israel, dos años antes del terremoto, en tiempos de Ozías, rey de Judá, y de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel.

Amós 1,1

 

Amós es el tercero de los llamados “profetas menores”, no porque sea poca cosa lo que dijo o hizo, sino porque su libro es menos extenso que los “grandes”, Isaías, Jeremías, Ezequiel. No era un profeta que se había capacitado como tal, sino que era un laico. Nació en el sur, en Tecoa, donde trabajaba como pastor de ganado y recolector de higos silvestres. No  desarrolló su actividad profética en su patria sino en el reino del norte, alrededor del año 750 a.C. Desde hacía más de un siglo y medio, el reino de Israel estaba dividido en dos partes: El reino del sur (Judá) con su capital política y religiosa Jerusalén, y el reino del norte (Israel) con su nueva capital Samaria. Estos dos asuntos son importantes: no estaba en sus planes “ser profeta”, y – además – debió ejercer su ministerio en el extranjero (y si un profeta no es amado en su propia tierra, cuánto menos si opina en tierra extraña). De hecho, estos dos temas aparecerán de nuevo en el capítulo 7 cuando un rival celoso dice: “…Si quieres ganarte la vida profetizando, vete a Judá”.  Pero Amós le contestó: “Yo no soy profeta, ni pretendo serlo. Me gano la vida cuidando ovejas y recogiendo higos silvestres, pero el Señor me quitó de andar cuidando ovejas, y me dijo: Ve y habla en mi nombre a mi pueblo Israel.”

Siempre pensamos que profeta es quien tiene visiones y predice el futuro. En realidad, lo que hace es leer el presente, confrontarlo con lo que Dios manda y advertir sobre las consecuencias. Eso molestó en aquellos tiempos y tampoco es visto con simpatía hoy en día.

Karin Krug

Amós 1,1-2; 3,3-8

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