La Reforma Nueva fundación En un célebre escrito, “La Reforma como decisión”, Karl Barth habla de la Reforma como una nueva fundación de la Iglesia cristiana. Plantea una pregunta concreta: ¿la Reforma es una nueva forma o una nueva fundación? dicho de otra manera: ¿al hablar de Reforma de la Iglesia nos estamos refiriendo a una nueva substancia de la Iglesia anterior?

La Reforma no debe tomarse a la ligera. Porque lo que planteó Martín Lutero y elaboraron otros reformadores fue algo más que lo que sugieren los términos “reforma”, “renovación” o “fundación”. Todo el Cristianismo occidental se vio cuestionado. Instituciones tradicionales como el episcopado, al papado y muchas doctrinas oficiales de repente se las declaraba como “no cristianas”. Viejas costumbres piadosas desaparecieron, el culto experimentó una transformación profunda. Lo que llamamos “Reforma”, en realidad fue un terremoto de una intensidad nunca antes conocida.

La Iglesia, su fe, su vida, experimentaron una nueva fundación, se les dio un nuevo fundamento, la Palabra de Dios. Fue una novedad en la historia del Cristianismo, algo que se había producido solo en la época de los apóstoles. Reivindicación de lo que Lutero llamó “el sacerdocio universal de los creyentes”. El lugar del templo y del sacerdote como figura sagrada ya no existen más. La Iglesia no se apoya más sobre la figura del sacerdote como el que dispone de la gracia de Dios. El ser humano ya no es justificado por sus obras o sus méritos, sino sólo por la fe. Y la fe ya no es hereditaria, ya no da réditos porque no se puede poseer, la fe es un don que se recibe por la voluntad misericordiosa de Dios que no castiga, perdona, no juzga con una justicia retributiva, sino con la justicia superabundante. Esta revolución influyó no sólo en la Iglesia sino en toda la sociedad y especialmente en la cultura.

Lutero y Calvino

Lo que estamos acostumbrados a llamar “Protestantismo”, no es la “izquierda del Catolicismo” es una nueva clase de Cristianismo. Una nueva manera de vivir y de practicar la fe cristiana. En el siglo XVI ese era el comienzo de la modernidad y lo podemos entender si comparamos a Lutero con Calvino. El Reformador alemán nació al final del Medioevo. Estudió en el clima de la cultura medieval. Creció en la cristiandad con las grandes escuelas filosóficas. La cristiandad del Sacro Imperio Romano Germánico, cuando todavía estaba fresco el recuerdo de la lucha entre el papa y el emperador. Tenía su identidad clavada en el mundo medieval.

Es verdad que Calvino también estudió en escuelas que todavía tenían programas y sistemas medievales. El colegio que visitó en París era el mismo al que fueron otros personajes de su tiempo: Viret, Erasmo, Ignacio de Loyola. Se hablaba latín y la filosofía dominante era el Nominalismo. Pero el clima cultural donde Calvino realizará su obra será el Humanismo.

Los años 1510-1540, los primeros del Siglo XVI, son años de una profunda crisis. La unidad política del mundo medieval está siendo desafiada por causa del nacimiento de unidades nacionales: Francia, Inglaterra, España. Esas identidades han desequilibrado el poder del imperio. La Reforma de la Iglesia que nosotros vemos como un problema religioso –que hoy no despertaría ningún interés- en la vida de un país, representaba para todos los pueblos y clanes sociales el fin del mundo antiguo y estructuras del mundo cuya seguridad y valor estaban en su antigüedad y tradición.

Para Calvino y su generación era necesario buscar y encontrar los fundamentos de un mundo nuevo. El historiador norteamericano Bowsman, que escribió un libro sobre la persona de Calvino, pone el énfasis de su investigación no en la teología del reformador, ni siquiera en la historia eclesiástica, sino en la cultura. El Calvino que nos presenta es el hombre de ese siglo. Y así toda su obra, su predicación, su pensamiento, está organizada desde un punto de vista nuevo. Su preocupación es cómo encontrar una respuesta a sus dudas, sus miedos, su inseguridad frente a la vida y a la nueva realidad que se iba conformando alrededor de él.

Calvino es un hombre de su tiempo y tiene las ideas, la sensibilidad y los prejuicios de su tiempo. La originalidad de Calvino, lo que lo hace interesante, es que al querer reformar, rehacer, restaurar el mundo cristiano, supo dar a su movimiento de reforma una organización definitiva. Con él el Protestantismo encontró la forma y la iniciativa para situarse frente al catolicismo como una alternativa radical. Transformar la vida del ser humano que naturalmente es expresión del egoísmo en instrumento para la gloria de Dios y el servicio al prójimo. Hay que a prender a vivir “Soli Deo gloria”.

En ese sentido podríamos definirlo como el “hombre de la síntesis”. Todo lo que se lee en sus escritos se puede encontrar en otros teólogos, pero en ninguno de ellos se encuentra una visión tan orgánica de la fe evangélica. Gran discípulo de Lutero, supo entender el carácter profundamente revolucionario de la justificación por la fe. Supo ver en ella el núcleo, el principio fundamental de la teología cristiana. La gracia es libre, no depende de las obras, y por consecuencia nuestra salvación está en las manos de Dios y por eso es gratuita, liberada de los condicionamientos de nuestra existencia. Todo eso ya estaba escrito en “De servo arbitrio” de Lutero. Nunca se encontró con él pero tuvo siempre un comportamiento filial de sincera devoción al maestro.

Los protestantismos

La expresión multiforme que ha caracterizado al Protestantismo, las diferencias en el pensamiento de los Reformadores nos lleva a pensar que la Reforma nació en forma plural. ¿Se puede hablar de “Protestantismo” o quizás se debe hablar de “los protestantismos?. En algunas oportunidades las diferencias eran tan marcadas que resultó imposible mantener el lazo de unión y conservar la diversidad sin sacrificar la unidad. Tenemos el ejemplo entre “luteranos” y “reformados”, más claro todavía entre “luteranos” y “zwinglianos”. La ruptura que se produjo en Marburgo entre Lutero y Zwinglio, ¿fue un mero accidente? ¿O fue producto de la falta de capacidad de dialogar entre los interlocutores? ¿O fue la expresión de una auténtica diferencia entre dos mundos de fe que, aunque nos fuera totalmente contradictoria, no permitía ninguna armonización?

Hoy en día la situación parece aún más compleja y menos fácil de esquematizar. El término “Protestantismo” lo aplicamos sin un contorno nítido y es difícil aislar su núcleo esencial dentro de un contexto tan diverso. No está clara la diferencia entre las Iglesias de la Reforma propiamente dichas y las que surgieron de su ámbito, Bautistas, Metodistas, iglesias libres y del avivamiento. Y si pensamos en las iglesias pentecostales con todas sus ramas diferentes, el tema se complica cada vez más. ¿Dónde se ubican las formaciones carismáticas-fundamentalistas y las diversas expresiones de las iglesias de los pueblos autóctonos de nuestro continente? ¿Se puede decir que es un nuevo “Protestantismo” que está surgiendo?

Nuestras iglesias han firmado la Concordia de Leuenberg y al hacerlo se ha subrayado la unidad entre ellas, pero al mismo tiempo estamos diciendo que somos confesiones diferentes. No se puede dejar de plantear la pregunta de saber si se trata de “Protestantismo” o “protestantismos”. ¿Se puede encontrar un denominador común?

El tema que hoy nos plantea la Reforma es como se vive la diversidad y la unidad de las iglesias. ¿Se pude decir que la Reforma del siglo XVI es el núcleo de un Cristianismo que aún nos une?

Lo que es importante recordar a 500 años del surgimiento de la Reforma, es su llamado para que juntos vivamos la misma vocación. El peligro para las iglesias cristianas de cualquier tipo es absolutizarse pretendiendo la exclusividad de la promesa de Jesús:“Yo estoy en medio de ustedes” (Mateo18,20). Absolutizar el propio grupo, la propia comunidad, la propia experiencia de fe, la propia confesión, la propia tradición como si fuera la única auténticamente cristiana. Reconocer a otros creyentes no como “otra iglesia”, sino como otra parte de la única Iglesia de Cristo.

Carlos Delmonte
Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata Uruguay

 

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