Hermanos, considérense afortunados cuando les toca soportar toda clase de pruebas.

Santiago 1,2

Se suele decir que cada persona carga con el peso justo de lo que puede soportar. También, que nunca el peso es tal que pueda doblegarla.

Pienso en que para la vida en general, para la práctica de lo cotidiano, los extremos no son buenos, que es preferible tender a los “puntos medios”, siempre que esa posición nos implique de todas maneras, en una postura, una opinión, una forma de ser y de estar en el mundo – para no pasar simplemente por pasar, sin haber hecho lo suficiente y sin haber intentado cumplir con el llamado al ser cristianos.

En esto de evitar los extremos, reflexiono sobre las palabras que Santiago les dirige a las doce tribus, y pienso que las pruebas son necesarias, ya que nos permiten acercarnos más a Dios. Quiero decir que la existencia en esta tierra que el Señor creó para nosotros, cobra sentido y hasta mayor importancia, si debemos enfrentarnos a obstáculos que, una vez superados, nos hacen sentir su presencia, su cercanía. Porque si cultivamos la fe, es lícito pensar que el Señor está presente en cada una de esas pruebas superadas.

Por el contrario, en el otro extremo, una vida sin ningún tipo de escollo a superar, sería una vida “liviana”, que no nos permitiría distinguir los momentos, ya que todos serían iguales, “fáciles” de alcanzar, llanos.

Por eso, con un peso que no sea tal que supere nuestra fuerza, podemos sentirnos plenamente afortunados en tener que atravesar pruebas en nuestro transitar por esta tierra; si tenemos la convicción de que cada una de ellas nos acerca un poco más a Dios, a la vez que hace que la vida sea más llevadera, porque sentimos su presencia en cada una de ellas.

María Teresa Rolón

 

Santiago 1,1-12

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