Jesús fue a Cafarnaúm, un pueblo de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Y la gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque hablaba con plena autoridad.

Lucas 4,31-32

Jesús comenzó su ministerio enseñando y sanando. Y no lo hizo en forma distante sino yendo al encuentro de los que más lo necesitaban e inaugurando una nueva manera de relación de Dios con el mundo.

Sus enseñanzas, en palabras y acciones, eran las buenas nuevas, el Evangelio. Nos recordó el amor incondicional de Dios para con toda su creación, en especial para con aquellos más frágiles. Vino a enseñarnos, entre otras cosas, que la ley debía estar al servicio del cuidado de los hombres y mujeres y no al revés.

¡Cómo no maravillarnos ante sus enseñanzas! ¡Cómo no conmovernos ante sus gestos de amor incondicional y gratuito! ¿Cómo puede ser posible que sus palabras pasen desapercibidas?

Además, cuando hablaba lo hacía con autoridad, no para castigar, encerrar o reprimir como muchos que hoy, como desde tiempos inmemoriales, se autoproclaman con autoridad para causar tanto dolor e injusticias, sino para liberar, sanar, fortalecer, animar, perdonar.

Por todo ello, y por tanto más que nuestra mente no puede del todo comprender, es que admiramos a Dios y depositamos nuestro corazón en él.

Yo creo que Jesucristo predicó el reino de Dios; con su vida y su palabra nos mostró qué es el amor. Yo creo que Jesucristo para salvarnos murió, venció en la cruz al pecado, por eso resucitó. (Canto y Fe N° 385)

Sergio Utz

Lucas 4,31-37

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