Oí una gran voz que venía del trono, y que decía: “Dios vive ahora entre los hombres. Vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Y secará las lágrimas de todos ellos…”

Apocalipsis 21,3 y 4

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Para Juan las visiones y las escuchas no son simples devaneos pasajeros. El Espíritu le hace ver y decir.

Juan anticipa las visiones y sueños de la historia de la humanidad oprimida y olvidada. Es el gran sueño, la gran visión que renueva la esperanza en medio de las decepciones, los fracasos y las dudas.

Esa visión incluye los sueños de todos. Soñó Martin Luther King, antes Lutero, soñó Gandhi, San Francisco, y también está tu sueño, tu anhelo, tu esperanza, incluidas en esta gran visión.

Suspiramos por una ciudad limpia, segura; soñamos con un barrio, un mundo, sin violencia, sin odio, sin discriminación, sin corrupción, sin contaminación. Queremos verla, sentirla, olerla, disfrutarla en paz.

Pero no sólo es visión humana, sino también, y caminando de la mano, la visión divina. El sueño que tiene Dios de nuestra ciudad, de nuestro barrio. En esa visión Dios se fusiona con su pueblo, y nos seca las lágrimas, nos cura el dolor, cambiando el lamento por la alegría.

Sin visiones, sin grandes sueños, sin poderosas esperanzas, sin el sueño divino, la espera sería demasiado pesada y frustrante. El Apocalipsis es un canto de esperanza renovador. Que hace nuevo todo, hasta el mirar.

Desde la profunda visión de Juan, mirada tuya, queremos mirar nuestro barrio, Señor. Y seguir soñando tu sueño. Haz que redoblemos el paso, porque la Bestia tiene los días contados; no hay bestial corporación que dure mil años, ni palabra tuya que no se cumpla. Amén.

Rubén Carlos Yennerich  Weidmann

Apocalipsis 21,1-8

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