Los fariseos preguntaron a Jesús: “¿Por qué hacen tus discípulos lo que no está permitido hacer en el día de reposo?”

Marcos 2,24

La ley tiene una letra y un espíritu. El espíritu que inspira a la legislación bíblica es de búsqueda de la justicia para el ejercicio de la verdadera libertad. Muchas veces esa búsqueda se expresa en una letra que impone una prohibición. Basta recordar la mayoría de los diez mandamientos. El mandato de guardar el sábado, y no hacer en él ningún tipo de tarea, lo que abarcaba a la familia, a los esclavos, extranjeros y hasta animales (Éxodo 20:8) está movido por la búsqueda de garantizar el justo descanso y el verdadero cuidado de la creación. Paradójicamente ocurre que el apego estricto a la letra puede traicionar el espíritu de la ley. Éste es un caso. El énfasis farisaico en “lo que no está permitido” cuida la letra, pero hace de la ley prohibición pura y no posibilidad de liberación. La ley busca condenar a quien no la cumple antes que marcar un camino de salvación a quien lo hace.

Busca levantar barreras más que construir puentes.

“No he venido a abolir la ley”, dice Jesús en el Sermón del Monte (Mateo 5,17), “sino a cumplirla”. Cumplir evangélicamente la ley significa encontrar en la letra su verdadero espíritu. Y ésa fue precisamente la lucha de Jesús con sus contemporáneos legalistas que en el afán de cuidar el cumplimiento estricto de la ley, tergiversaban su verdadero sentido, diezmaban la menta y el comino y dejaban lo más importante de la ley (Mateo 23,24). Es el riesgo del que también nosotros debemos cuidarnos. No volver el mensaje evangélico una ley que condena, sino un llamado a la vida plena que salva.

Oscar Geymonat

Marcos 2,23-28

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