Jesús les contó una parábola (de la viuda y el juez) para enseñarles que debían orar siempre, sin desanimarse.

Lucas 18,1

La oración: nos hace bien volver a leer esta parábola. En estos tiempos en que queremos respuestas inmediatas y soluciones rápidas a todas las necesidades, el texto nos invita a ser pacientes y perseverantes en nuestra vida de fe y de oración.

La oración es un ejercicio saludable, al igual que otras prácticas, porque requiere constancia, tenacidad y firmeza.

¿Cuál es la enseñanza de Jesús? La de no cansarnos, ni desalentarnos, ni desanimarnos, porque a su debido tiempo veremos los resultados.

Es cierto que el texto nos dice que Dios actuará sin demora para con sus elegidos que claman de día y de noche. Pero también es cierto que Dios maneja otros tiempos, diferentes a los nuestros. Como diferentes son sus pensamientos, sus proyectos, sus planes, sus propósitos.

Tres veces le pidió Pablo al Señor que le quitara ese sufrimiento (una especie de espina clavada en su cuerpo). Pero el Señor le dijo: “Mi amor es todo lo que necesitas, pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad”. (2 Corintios 12,8)

Dicen que Santa Mónica, la madre de San Agustín, oró durante diez largos años para que su esposo pagano y su hijo Agustín se convirtieran. Gracias a esa oración, San Agustín llegó a ser uno de los filósofos y pensadores más importantes de la Iglesia.

Entonces, si la respuesta no es inmediata, si el pedido tarda en llegar, no es porque Dios se olvidó de nosotros, sino porque él sabe lo que nos conviene. Dice la Madre Teresa: “El fruto del silencio es la oración, el fruto  de la oración es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, el fruto del servicio es la paz”.                                                                          

Stella Maris Frizs

Lucas 18,1-8

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