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Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre, y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.

Juan 6,35

El evangelio trae a la memoria de los oyentes la vida en el desierto, donde la carencia de pan y agua eran temas recurrentes en ese caminar cotidiano. A partir de ahí, se habla de Jesús como el pan de vida que descendió del cielo para dar vida a la humanidad. Habla como si se estuviera viviendo un nuevo éxodo, un nuevo desierto, pero con distintas realidades. Hay persecuciones, incertidumbres, tristezas, dolor, y seguramente otras cosas más que no nos podemos imaginar.

Y el desafío está en las palabras de Jesús: el que viene y el que cree, es una invitación con una gran apertura, en la cual no hay barreras ni rechazo, sino todo lo contrario. Cuando hay necesidad de alimentarnos de Dios, seremos bienvenidos a tener comunión con nuestro Salvador. Es esa comida que transforma nuestra vida.

Pero a veces pasa lo contrario, preferimos alimentarnos de otro tipo de comida que no es muy nutriente para nuestra vida. Jesús quiere ofrecernos alimento que busca y puede saciar nuestra hambre para una vida plena.

En medio de una sociedad tan violenta y conflictiva, donde se confunden tan fácilmente los valores, acerquémonos en la fe para alimentarnos de su evangelio que fortalece la vida y que seguramente nos abre el horizonte con esperanza.

Que nuestro Señor nos guíe con su amor y su gracia. Sólo así saciaremos el hambre y sed para una vida plena.

Un largo caminar por el desierto bajo el sol, no podemos avanzar sin la ayuda del Señor.                          

Mario Gonzáles

Juan 6,28-40

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