La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.

Apocalipsis 7,10

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Quizá valga la pena volver a recordar que la salvación es de Dios. No se trata de una negociación entre nosotros y Dios. ¡La salvación no está a la venta! Si antes se vendían indulgencias, hoy se vuelve a negociar con Dios, nuevos modos pero la misma mentalidad. Escuchamos decir que si pagamos diezmo “entonces” Dios nos ha de prosperar. ¡Claro que no! El diezmo no es para doblegar a Dios en su voluntad sino para darle gracias por lo que primero ya te dio por amor. Entonces no se trata de una transacción de bienes sino poder descubrir que “todo” cuanto soy y tengo, es por amor de Dios, y que una parte de eso le devuelvo como agradecimiento.

La salvación es la total iniciativa de Dios, es el amor y el deseo de Dios de una vida con él. Erramos si pensamos que somos nosotros los que nos acercamos a Dios por medio de un esfuerzo de pensamiento o una lista larga de buenas acciones. Desde la encarnación de Jesús, el contacto entre Dios y los hombres tiene lugar en este mundo de modo que podamos experimentar esta realidad. En Jesús se hace vida toda experiencia humana. Hoy en día en nuestra iglesia experimentamos esa vida por medio de los sacramentos; son el lugar de encuentro entre Dios y las personas, precisamente en elementos tan cercanos: agua, pan, vino…

Di en tu corazón: Toda mi confianza está en ti, Señor. Yo sé que eres mi Señor y Salvador. De hoy en adelante no tendré otro Señor fuera de ti. No llamaré Señor a nadie que con violencia, prepotencia o con voz fuerte quiera imponerse sobre mí. No tendré ni fuera ni dentro de mí otro Dios y Señor más que tú. Y tu santa voluntad será mi guía. Amén.

Sergio López

Apocalipsis 7,9-17

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