Así me dijo el Señor cuando me tomó de la mano.

Isaías 8,11

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Vivimos la generación del ‘click’. Todo lo hacemos en un ‘click’: encendemos y apagamos la luz, el teléfono, fijo o móvil, funciona con un ‘click’, el ordenador también se enciende y apaga así, el microondas, la impresora, el aspirador, el encendido del coche… todo es un ‘click’ que se pone en marcha con el índice o con el pulgar que se han convertido en los dedos más usados.

¿Están preparadas nuestras manos para utilizar los otros dedos o, dicho de otra forma, están nuestras manos listas para trabajar al completo? ¿Qué son nuestras manos? ¿Para qué sirven nuestras manos? Cualquier actividad cotidiana requiere de las manos para llevarla a cabo.

Si nos remontamos al principio de la Biblia vemos que Dios empleó sus manos para hacer al hombre del barro; podía haber tomado una roca y haber cincelado al hombre a golpes, pero prefirió hacerlo de barro a base de las caricias de sus manos. Fue la primera vez que Dios nos tomó de la mano. En todas las situaciones de la vida, el Señor nos lleva de su mano.

Dejar que alguien nos tome la mano es señal de confianza por ambas partes. Dios se fía de nosotros y, nosotros de Dios. Y en esa confianza mutua, Dios apuesta porque nuestras manos sean las suyas para muchos hermanos nuestros.

Nuestras manos deben estar dispuestas a acariciar, a acoger en sus palmas las manos de otros menos afortunados. Nuestras manos son para los demás.

Señor, aquí tienes mis manos,

que acojan como tú me acoges

que acaricien como tú lo hiciste al crearme. Amén.

Cristina Inogés Sanz

Isaías 8,1-15

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