Señor, escucha; Señor, perdona; Señor, atiende. Obra, Dios mío, no tardes más, por amor de ti mismo, ya que tu Nombre ha sido invocado sobre tu ciudad y tu pueblo.

Daniel 9,19

Así, con estas palabras, Daniel termina su oración de arrepentimiento. Evalúa e interpreta la historia a la luz de la fe. Confiesa, en nombre de todos: “…nosotros hemos pecado, hemos sido injustos…” (v. 5) Entiende que las grandes y pequeñas tragedias, el exilio, las guerras y la destrucción, todo es consecuencia de haberse alejado de Dios y de sus mandatos.

Me acuerdo de los días de mi infancia, allá en un pueblito de unos mil habitantes en el sur de Alemania. El “Día de la Oración y el Arrepentimiento” era uno de los feriados más importantes. La guerra había terminado hacía pocos años, muchos padres, maridos y abuelos no habían regresado de los campos de batalla. Uno de mis vecinos había sufrido varios años en un campo de concentración. Todo era muy fresco aún, muy de “ayer nomás”. Nadie quería que estos “tiempos” volvieran, el arrepentimiento era sincero y profundo.

¿¡No es algo hermoso que podemos dirigirnos con nuestro dolor, nuestra culpa a Dios!? ¿Y pedirle que nos perdone, que nos tome de la mano para poder levantarnos y empezar de nuevo? ¿Y saber que Él mismo ha levantado sobre la tierra una señal de reconciliación?

Señor, nuestro Salvador, gracias te damos porque ha sido invocado tu nombre sobre nuestra vida. Tú nos has perdonado, has hecho la gran obra de reconciliación, que me involucra, que nos involucra y nos salva. Amén.

Reiner Kalmbach

Daniel 9,1-19

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