Porque yo, el Señor, amo la justicia, y aborrezco la rapiña y la iniquidad. Recompensaré sus obras con fidelidad, y haré con ellos un pacto eterno.

Isaías 61,8

Cuando Raquel era pequeña siempre escuchaba sobre la felicidad. Cierta vez, a la hora del almuerzo, le preguntó a su padre sobre el tema, a lo que él le respondió diciendo que eso que estaban compar-tiendo era parte de la felicidad. Ella entonces se quedó extrañada, casi decepcionada. “¡Tan poco es la felicidad y la vivo todos los días!”, dijo
la muchacha.

Cuando fue creciendo proyectó la felicidad en los pasos que iba dando, tratando de lograrla en cada una de las metas que iba lo-grando. Cuando terminó la escuela, supuso que la felicidad estaría en la secundaria. Luego, cuando logró formarse, comprendió que la con-seguiría con su primer trabajo, después cuando se casaría y más ade-lante cuando tendría hijos.

Raquel tiene hoy más de 50 años y aún continúa buscando la felici-dad. Si embargo, el tiempo le permitió descubrir que la felicidad plena no es posible de conseguir, sino que hay momentos que son un regalo y que, ante la oportunidad de vivirlos plenamente, es posible caminar hacia su búsqueda.

La felicidad es una exploración y no un estado puro. A veces pasa tan solo por la tranquilidad de sabernos amparados por manos ge-nerosas o cuando tenemos la oportunidad de escuchar palabras bon-dadosas. En la mirada del profeta Isaías, está sostenida en el amor a la justicia y en el aborrecer la iniquidad, para buscar así caminos de amor y de igualdad, especialmente para favorecer a los más débiles y pequeños.

Eugenio Albrecht

Isaías 61,1-11

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