Aquel mismo día, algunos saduceos fueron a ver a Jesús. Los saduceos dicen que no hay resurrección de los muertos.

Mateo 22,23

“De tierra has sido formado, tierra volverás a ser”. Éste es el destino del ser humano. La vida finaliza cuando el soplo de Dios sale del cuerpo. En la liturgia del entierro se expresa: “tierra a tierra, ceniza a ceniza, polvo a polvo”. Vida es el espacio entre la cuna y la tumba. Ese es el concepto que tienen los saduceos.

Algunos de ellos se acercan a Jesús para discutir con él, con el propósito de comprobar que la resurrección de los muertos no existe. Por eso ponen un ejemplo exagerado. Para que la herencia quede en la familia del primogénito tenían una ley que decía: si el primogénito muere sin tener hijos, el segundo hermano debe casarse con la cuñada y criar los hijos como hijos de su hermano primogénito. Me parece una ley inhumana, pero asegura la herencia. Los saduceos le cuentan el siguiente caso: una mujer que se casó con cada uno de siete hermanos, porque fallecieron al poco tiempo de casarse, y le preguntaron a Jesús: “Si hay resurrección de los muertos, ¿de cuál de los siete hermanos será esposa esta mujer, si todos estuvieron casados con ella?”

El ejemplo demuestra que ellos entendían a la resurrección como una continuación de la vida aquí. Jesús les responde, que no entienden nada, que ni conocen la Escritura. Un fuerte reto a estas autoridades del pueblo. Y les explica brevemente que la resurrección no puede imaginarse como una continuación, sino como algo muy diferente. Serán como los ángeles que están en los cielos, algo nuevo, algo distinto que la vida aquí.

Además, anuncia que Dios, quien se presentó ante Moisés como el “Dios de Abram, Isaac y Jacobo”, no es un Dios que se define por los muertos, sino por los vivos. Es el Dios de la vida, cuyo poder no termina con el poder de la muerte. Es el Dios que supera el tiempo y abre la brecha a la eternidad. Hay esperanza para una vida nueva por la gracia y el poder de Dios. En esto podemos confiar con certeza, en un mundo en el que la muerte parece ser lo más poderoso.

Con buena razón decimos en la liturgia en los sepelios, cuando des-pedimos un ser querido: “En la esperanza de que Jesucristo te resucite.” Amén.

Mateo 22, 23-33

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